Capítulo
1
¿Maldecida?
Miles
de estrellas me rodeaban en la inmensa oscuridad de un abismo sin fondo, mi
cabello se movía violentamente imposibilitándome la visión ¿estoy… cayendo? Si,
lo hacía… caía de espaldas hacia el frio abismo.
Los
pliegues de la falda de mi vestido ondulaban movidos por la velocidad con la
que iba cayendo, seguramente hacia mi perdición; hasta que entre todas esas
estrellas una intensa luz empezó a alumbrar mi azulado mirar dejándome cegada
por unos instantes, el dolor empezó a invadir mi cuerpo haciendo que me
encogiera agarrando mis extremidades.
Gemí
del dolor, sin que pudiera escucharme a mí misma, y la luz se hiso más intensa
mientras más caía en el abismo sin fondo. Extendí con dificultad y dolor mi
brazo derecho hacia la luz, y cerré mis ojos fuertemente cuando ya no pude
aguantar más el brillo de esa luz blanca…
…
El
rojo intenso a través de mis parpados comenzó a molestar mi adolorido mirar, y
abriendo mis ojos dejé escapar un gruñido lastimero, la luz que traspasaba las
cortinas en la ventana de mi habitación daba directamente en mi cama, y justo
en mi cara.
Creo
que la diosa del sol, Anul, me detesta.
El
dolor empezó a invadir todas mis articulaciones, me quejé levemente mientras
intentaba incorporarme de la cama, esos dos sí que se habían pasado entrenando
ayer… estaba molida. Logré finalmente sentarme al borde de la cama de sabanas
moradas, ignorando los gritos que daban mis músculos para que dejara de moverme
de una buena vez.
Desvié
mi mirar de algo que no fueran mis pálidas piernas y lo posé en la cómoda con
espejo que tenía al lado izquierdo de mi cama, y en perspectiva mía en frente
de mí, esta tenía un estuche el plata con grabados dorados en donde guardaba la
varita que una vez perteneció a mi padre, y ahora a mí. Era lo que más
apreciaba en el mundo, además de su libro de magia, pues era lo único que me
quedaba de él. El cura de la iglesia local, el padre Shun, fue quien cuido de mí
en la ausencia de mi padre, y me dijo hace tiempo que llego a conocerlo en
persona, pero que desapareció cuando yo acababa de cumplir 4 años de vida.
También
en esa cómoda se encontraban varias cosas para chicas que el padre Shun me
había regalado años anteriores en mi cumpleaños, cosas como: listones para el
cabello, pero que usaba como accesorios, de colores fríos (morado, azul, verde,
gris y negro en varios tonos de cada uno) y unos pocos cálidos (naranja,
amarillo y rosa también en varios tonos); también un estuche de maquillaje
completamente nuevo, nunca lo había usado en mi vida, pues no había tenido
necesidad para ello; también una cajita musical, regalo de unos amigos en
Desert Bell, que resguardaba en su interior y ordenadamente joyería que yo
misma hacía de vez en cuando, en su mayoría de plata.
Volví
mi miramiento hacia el espejo elipsado con moldura de madera de ébano, y el
reflejo de una chica de piel pálida como la porcelana, extensas hebras castaño
claro con las puntas de un color purpúreo, labios carnosos y sonrosados, ojos
centelleantes color añil, busto talla D y cintura delgada, me devolvió la
mirada. Vestida con un vestido vaporoso color malva de tirantes gruesos color
blanco, largo hasta las rodillas.
La
chica en el espejo me sonrió sin que yo lo hiciera, mostrándome una hilera de
dientes afilados, una leve risita se escuchó salir del espejo
- buenas tardes, Sirilah, ya me
cansaba el verte dormir tan plácidamente – dijo la chica, de mi misma imagen,
con una sonrisa maliciosa, cruzándose de brazos altaneramente.
Fruncí
el ceño, y voltee los ojos con fastidio, siempre era lo mismo con ella desde
que la tenía encerrada en el espejo, siempre se quejaba de todo “duermes
mucho”, “hablas muy poco”, “te odio”, además de amenazarme casi a diario
“déjame salir de aquí y no te arrancare la piel”. Lo típico.
- silencio, Miranda, no estoy de
humor para tus quejas – dije estirando los brazos, para intentar desperezarme –
dime, ¿hay algo nuevo el día de hoy?
- siempre tan amigable – dijo la
demonio con sarcasmo volteando los ojos – y no, hoy no hay novedades.
- grandioso – dije levantándome de
la cama y estirando mis piernas
- he estado recibiendo varios
mensajes de amigos míos, preguntando por ti – comento Miranda con voz
fastidiada.
- ah ¿sí? ¿Y que preguntan? –
pregunte con una sonrisa socarrona a la demonio encerrada en el espejo.
Haciendo que ella gruñera indignada.
- preguntan por tu gran trasero –
murmuro Miranda disgustada y con una leve sonrisa por su broma. Chasquee los
dedos, formando una esfera de flamas doradas en la palma de mi mano derecha.
- sería tan fácil romper ese espejo
justo en este momento – manifesté con una sonrisa fiera. Haciendo que Miranda
se pusiera más pálida de lo que puede ser mi piel.
“y al
menos yo tengo trasero” pensé para mis adentros.
Miranda
originalmente tiene la piel negra como la tinta, ojos ambarinos, hebras de un
rojo carmesí, uñas afiladas, pecho plano, sin caderas, con cola de reptil gris y
cuernos grandes amarillentos. Pero ahora como está encerrada en el espejo, se
ve obligada a adaptar su forma a la de la persona que se refleja. Y si el
espejo llegase a romperse, ella moriría. Puf. Sin rastro de su existencia.
- l-lo siento, por favor no lo hagas
– rogó Miranda mirándome inquieta, recargando las manos en el espejo como si se
tratase de un vidrio. Reí levemente antes de esfumar la esfera, haciendo que
Miranda suspirase aliviada – bien, bien, querían que te preguntara si estas
disponible para una fiesta, o salir a algún lado – dijo Miranda dándose por
vencida.
- ellos ya saben cuál es mi
respuesta a eso – bufe cruzándome de brazos y tornando los ojos con fastidio.
- Si, recuerdo que les dijiste: “No.
Jamás en mí vida. Incluso después de eso” – cito Miranda las exactas palabras
que había dicho mientras veía hacia sus uñas, o bueno, las mías. Y no es que
fuera así de fría o creída todo el tiempo, sino que esos malditos bastardos me
miraban de manera tan indecente que se me revolvía el estómago de solo pensar
que alguno de ellos me tocara – no entiendo que te ven de impresionante, no
solo ellos, toda persona que llega a conocerte se queda fascinada por alguna
extraña razón – replicó haciéndome rascar la cabeza incomoda.
Era
cierto, cada persona, familiar, inclusive criatura mítica, me tenía cierta
estima apenas me llegaba a conocer. Nunca entendí el porqué, y llegue a la
conclusión de que solo manifestaban lástima hacia mi persona.
¿Quién
podría quererme? A mí, que no se ni amar. Nunca experimente algo como el amor,
nunca, ni si quiera la aceleración de las pulsaciones del corazón, órgano al
que todos le atribuyen tal sentimiento.
- oye no pienses así sobre ti misma,
no es tan malo ser incapaz de sentir amor – me animo Miranda mirándome,
perverso demonio, me leía los pensamientos… aunque, no hay nada que yo pensase
y que ella no sepa ya – desde que te vi supe que no tenías ese sentimiento, en
toda tu aura se ve la estela de la influencia de un demonio de gran poder.
- ¿a qué te refieres? No me he
acercado a ningún otro demonio además de a ti – dije sin comprender a lo que se
refería.
Miranda soltó una breve risita – te
lo dije la primera vez que nos vimos, el día en que me invocaste, ¿no es así? – dijo, haciendo que los recuerdos de nuestro
encuentro resonaran en mi mente.
…
Tenía
14 años cuando leí esa sección en el libro de mi padre sobre las invocaciones
demoniacas y los pentagramas, Shakei y Cleif ya se encontraban dormidos después
de tanto jugar, y yo me encontraba en medio de la sala dibujando un pentagrama
de 7 puntas con carbón en el piso de piedra.
Salí
de en medio del pentagrama y me senté en frente de él, encendí 4 velas y las
puse en el norte, sur, este y oeste del pentagrama, corte un poco de mi muñeca
izquierda dejando que gotas de mi sangre mancharan el pentagrama. Sangre color
azul oscuro, casi negro.
Cerré
mis ojos lentamente y me concentre en percibir las estelas que dejaban las
almas que pasaban, hasta que una llamo mi atención, tenía un color particular a
las demás que eran entre blanco y gris, esta tenía un color rojo intenso y su estela
iba en círculos, buscando tal vez una salida.
- tu que habitas entre las sombras, revélate
espectro demoniaco y muéstrate ante quien te busca – recite el hechizo,
abriendo los ojos y haciendo que el ente se manifestase dentro del pentagrama.
El
demonio cayó de rodillas al suelo y dirigió su mirar hacia mí con asombro, me
miraba de arriba hacia abajo, y pronto su mirar reflejo horror.
- maldita – dijo la demonio
mirándome con cara de pocos amigos.
- di tu nombre – exprese con
seriedad, no me importaba el hecho de que me insultara, pero si no me decía su
nombre tendría que llevarla de vuelta hacia su mundo.
Según
el libro de mi padre, el demonio tiene que decir su nombre, eso muestra que
quiere hacer un trato contigo o quiere negociar su libertad, pero si no lo
dice, significa que solo apareció frente a ti para jugar contigo y hacer tu
vida miserable.
- Maldita – repitió la demonio
mirándome ahora a los ojos con insolencia.
- DI. TU. NOMBRE – dije esta vez más
lento y entrecerrando los ojos con desconfianza, deslice una de mis manos por
detrás de mí, buscando en el lazo de mi cintura una daga con la cual pudiera
devolver al demonio a su mundo si se ponía impertinente.
El
demonio empezó a gruñirme mostrando sus dientes, y yo hice lo mismo mostrándole
los míos, saque la daga del lazo detrás de mi espalda y se la mostré a la
demonio. Ella al ver la daga dio un respingo y se alejó, todo lo que el
pentagrama le permitía, de mí.
- Miranda – dijo la demonio a
regañadientes.
…
- ¿Creíste que te insultaba? –
pregunto Miranda mirándome con sorna y una sonrisa divertida.
- ¿Cómo no creerlo? – contrarresté
con otra pregunta y de brazos cruzados.
- ja. Sí, pero no puedes culparme por
decirte así, lo que quería era advertirte y tal vez también insultarte un poco –
dijo con una sonrisa irónica. Volví a aparecer la esfera de llamas de un
chasquido de dedos, asustando a Miranda – lo siento, ¿Si? Lo siento.
La
volví a desaparecer y me dirigí hacia la puerta de mi habitación.
- hey, ¿A dónde vas? – pregunto Miranda
viéndome caminar hacia la puerta.
- ya sabes que intento hacer todos
los días – dije abriendo la puerta.
- el desapareció, Sirilah – dijo
Miranda cruzándose de brazos – este mundo es muy grande, tardarías años, quizás
milenios intentando localizarlo.
- como dijiste, mi padre desapareció
no murió… y si así fuera… - dije volteando a ver al espejo donde se hallaba
Miranda – quisiera… al menos saber dónde estuvo todos estos años.